sábado, 22 de abril de 2006

Marginalia (1)

Mandaba correos de madrugada, a todas las direcciones, a todos los lugares. Se aprovechaba de que no sonaban al llegar, de que eran sigilosos y no despertaban a nadie. Los destinatarios se sonreían cuando veían la hora de envío en las cabeceras, los que la veían, claro, porque muchos no miran más que el texto. Pero nadie se preocupaba, porque no veían como se oscurecían sus mejillas, debajo de sus ojos...

Mandaba correos de madrugada, hasta que un día se quedó dormido.

Sólo algún amigo lejano lo echó de menos pasado un mes o dos.

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