domingo, 11 de junio de 2006

épiméleia heautou (5) sobre la estulticia

Estábamos con la descripción de ese estado que el cuidado de sí mismo debe llevar a abandonar, a superar: la ESTULTICIA. Vimos en el post anterior que el estulto:
- está confuso, mezcla las representaciones objetivas con sensaciones y elementos subjetivos,
- está disperso, se deja llevar, deja que la vida discurra sin fin ni voluntad, cambia constantemente según se le marque.
A esto hay que añadir que el estulto no es capaz de querer de un modo adecuado: "su voluntad es una voluntad que no es libre, una voluntad que no siempre quiere, una voluntad que no es absoluta" (M. Foucault, Hermenéutica del sujeto, la Piqueta, 1994, p.59). El análisis de este último punto, esclarece los anteriores y también por qué, para salir de la estulticia, necesitamos siempre al otro como mediador, y cómo ese otro, el maestro, el mediador, es, en realidad, la filosofía.

Los dos primeros puntos, aún viniendo, a través de Foucault, de la antigüedad grecorromana, me recordaban mucho a algunos elementos de la analítica existencial heideggeriana y del análisis de los existencialistas. El estulto sería así el ser humano con mala conciencia o con una existencia inauténtica. Pero el análisis del querer inadecuado y sus consecuencias conduce más allá del establecimiento de una situación y de su etiquetado, lleva a la necesidad de la práctica filosófica como cuidado de sí. Porque, ¿cómo querer siquiera curarse, cómo identificar el fin del esfuerzo curativo, si lo que está enfermo es el mismo querer, si la voluntad está sometida a los vientos racheados de la existencia?

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