Sevilla, 1.985
Y ahora a mirarse en los ojos la noche y decir tonterías. Se pasa bien, no creas. Escuchamos canciones antiguas, y otras recién estrenadas. No, en la radio no. También en los ojos.
Cuando ese brillo me trae la oscuridad de dentro es cuando ya no hay que hacer, y ella dice "ojos tristes"... y lo vuelve a repetir. Entonces río, reímos, y se disipa la oscuridad turbia, la que hace daño, y queda una sensación que no es del todo agradable. Pero ella es hábil, mucho, en conseguirme una sonrisa. No como yo, que no sé siempre romper la coraza y tengo que hacerla sentirse mal con mis intentos. Es mejor entonces estar allí cerca, conseguir quizá que nos vayamos del sitio malo, del sitio que ha quedado feo teñido de gritos o lágrimas; entonces, por el camino a no-sé-dónde, ella salta, y ríe, y es todo alegría y alegría y besos y pelos alborozados. Nos vamos entonces al parque, a la noche, al río, al bar, a la cama, a correr en el viento la alegría sobre las barandas de los puentes. Y vemos al pasar las estaciones y los barcos, y el cuartel de bomberos, y nos parecen bonitos (por lo menos a mí los coches rojos, y a ella los trenes, y a los dos, seguro, los vapores).
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