El último poema del preprofesor.
AGOSTO, 1.988
Dulce dolor de no saber,
la rosa de la memoria perdida
en el tiempo, el viento
de la luz pasada en los ojos,
la noche pasajera, el miedo
de no volver más.
Y, mientras tanto tú
diosa de horas,
humedeces libremente mi corazón y mi sexo.
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