épiméleia heautou (2)
El cuidado de uno mismo, tal como comenzó a entenderse en la antigua Grecia, era un privilegio y una obligación del gobernante, del líder, del hombre que pretendía excelencia frente a la muchedumbre. Esta excelencia, claro, no era gratuita, de ahí la obligación y el privilegio.
Era un privilegio en la Grecia arcaica, en la mentalidad aristocrática, y siguió siéndolo hasta la Grecia clásica. Foucault (cf. M. Foucault, Hermenéutica del sujeto, la Piqueta, 1994) destaca cómo las figuras de Sócrates y Platón son claves para entender cómo este privilegio se convierte en un imperativo. En el Alcibíades de Platón se desarrollaría esta idea de la obligación del cuidado de uno mismo para el gobierno de la ciudad... No se puede gobernar a los demás -nos dice Foucault-, no se pueden transformar los propios privilegios en acción política sobre los otros, en acción racional, si uno no se ha ocupado de sí mismo.
Pero, ¿en qué consiste el cuidado de sí mismo? Los antiguos griegos tenían un conjunto de técnicas que se basaban en la concentración de la psique, en el retiro activo -la anacoresis- y en el endurecimiento, la mejora de la capacidad de soportar el dolor. Estas técnicas se asumirán y reinterpretarán por Sócrates y Platón para el desarrollo de la Chrésis, el uso, el servicio, lo que se usa para la mejora de uno mismo entendido como psique y sujeto. Esto se desarrollará atendiendo a tres ámbitos: el de las relaciones entre el cuidado, el cuerpo y la psique, el de las relaciones entre el cuidado y la actividad social, y el de las relaciones entre el cuidado y el eros.
La relación con el otro es un marco de referencia ineludible para la cuestión del cuidado. Pero el cuidado de sí, la propia transformación es el marco de referencia y punto de partida. En este ámbito es en el que cobra sentido el gnosthi seauton, el conócete a tí mismo que parangona Sócrates. El conocimiento de sí, de lo que se sabe y de lo que acontece en el propio pensamiento, de la incidencia del mundo, de las pasiones, etc lleva a la adquisición de la sabiduría de la psique, la cual permite dominar la distinción entre lo verdadero y lo falso que, a su vez, lleva al conocimiento de como comportarse, indispensable para el desarrollo de la capacidad de gobernar. Este proceso no puede considerarse cubierto por el aprendizaje infantil y juvenil. Es un proceso que exige toda una vida de épiméleia, de cuidado de sí, y que sólo puede entenderse desde una concepción terapeútica del saber que, en la Edad Moderna, la cultura occidental abandonó en favor de una concepción epistemológica del saber.
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