Ciudad costera a solas.
La mirada desenfocada, el cansancio, el tiempo que se agota. Los ojos que pican, o lloran, o parpadean con dificultad con párpados que se pegan el uno al otro. La ciudad estrena luces y la luna las preside. El viento no merece tal nombre esta noche, es sólo una brisa tímida que, sin embargo, acarrea humedades y olores del mar. No estás, estoy. Echo de menos sin ansiedad la luz de tus ojos, el brillo de tu mirada, la chispa traviesa de tu burla divertida. Si embargo, río. Me río de la ausencia, la luna y la nostalgia. Me río de la distancia y la modorra. Me despierto, poco a poco, mientras me quito las botas y comienzo a caminar sobre la arena. Desde la orilla del mar miro la ciudad, las luces, la luna. Vuelvo a reírme. Las olas mojan los bajos de mis pantalones. Pequeñas conchas van y vienen entre la arena y el agua. Allá, a lo lejos, sobre las rocas de un espigón cercano, un cangrejo burbujea, me oye y se esconde. Todo esto parece hermoso... pero, ¿es algo más que literatura?
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