viernes, 12 de octubre de 2007

Para que yo me llame Ángel González


Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Ángel González, Áspero mundo (1956)

Un poema que tuvo en su momento un gran significado para mí, que aún lo tiene. Lo descubrí en mi adolescencia, en un libro de Antonio Hernández en la editorial Zero sobre la promoción poética del 50, a la que denominaba una promoción desheredada. Perdí ese libro (posiblemente un préstamo nunca recuperado), pero la web me hizo recuperar el poema, y otro libro de Luis García Jambrina en Austral. Afortunadamente recuperamos autores y poemas...

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